domingo, 27 de febrero de 2011

Volando

(Bzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz)

Una mosca entró por la puerta abierta de mi habitación, hipnotizada por la luz del foco encendido. Aunque era temprano se hacía necesaria una presencia resplandeciente para facilitar mis tareas pictóricas. La fosforescencia guiaba al animal volador y lo hacía girar sin cesar como un protón en torno de aquel núcleo brillante.

Su andar circular me cortaba la inspiración, el leve zumbido no permitía la concentración artística, por lo que seguí manteniendo el pincel atiborrado de pintura sobre mi cabeza, esperando que llegara el chispazo que daría lugar al elemento que adornaría mi pared. Mientras tanto, una gota blanca sucumbía ante la fuerza de gravedad para impactarse con el suelo partiéndose en miles de pedazos líquidos.



Quisiera estar volando como aquel diminuto ser. Sin ningún temor y dispuesto a aprovechar los 14 días que me dan para vivir. Tendría un plan y destino definidos: ir a posarme sobre algún desecho, disfrutarlo, procrear a mi descendencia y morir. Su vida es tan parecida a la de muchos seres humanos, el problema es que habemos muchos que no logramos despegar del suelo y surcar el cielo aunque sea por un rato.

Las nubes seguían avanzando a la velocidad del viento y yo no sabía qué pintar en aquel trozo de concreto. Ese aire malévolo que empujaba a las nubes, quiso hacerme pasar un mal rato y como la puerta continuaba abierta llegó soplando y tirando muchas cosas que estorbaban su paso, hasta dar con un trozo de papel posado sobre mi mesa de noche. Era una postal, al reverso tenía la foto de un paisaje que parecía haberse quedado estancado en otra época. Aquel viento se poso debajo de la fotografía y la hizo volar hasta mis pies, como un pequeño avión de papel, perfecto para atravesar el cielo.

A cada pincelazo iba preparando mis maletas de papel. En cada una de ellas puse mi mapa con destino incierto, mis ropas para cualquier tipo de clima. Tomé el color negro para marcar los bordes mientras preparaba mis expectativas: nulas, no me haría ilusiones, sólo dejaría que el viento me llevara y disfrutaría cada kilómetro de viaje. La brocha gruesa empapada de blanco para recrear el color de una hoja para escribir y así, evitando cualquier escurrimiento, el fuselaje quedó listo. Las turbinas y el tren de aterrizaje no existían en esta aeronave. Era un modelo clásico, con unos toques de azul en las alas y con capacidad para transportar a una persona, viaje solitario.

Momento. Lo que me dio la idea del avión fue aquel trozo de cartón deslizándose empujado por el aire. Una postal, una foto con un paisaje en tonos sepia. Una chimenea alta y vieja, adornando unos edificios antiguos. Un cerro alto por detrás. Vegetación de climas secos y piedras por doquier. Demasiado raro para ser verdad y muy real tanta belleza.

Despidiéndose de su habitación, empujando un poco se aeroplano, comenzó a tomar velocidad y cuando se alcanzó la aceleración necesaria, despegamos. El avión y yo, comenzamos a elevarnos buscando las corrientes de aire. Mis lentes de aviador evitaban que las partículas entraran en mis ojos, el clima parecía estar tranquilo y no había indicios de alguna tormenta que pudiera provocar una catástrofe, pues recordando las características de mi vehículo, unas cuantas gotas de agua, nos desplomarían a al vacío.

Estos aviones de papel no son tan complicados de maniobrar.



El tiempo seguía corriendo y la noche se acercaba, las estrellas comenzaban a distinguirse me impresionó verlas tan cercanas y a lo lejos, al norte una de ellas brillaba con mayor intensidad. Analizando su posición y su fulgor, supe que podría ser la Osa Mayor y haciendo cálculos como buen piloto instruido en simuladores de aviación por computadora, estaba a unas horas de llegar a mi destino.

(Bzzzzzzzzzzzzzzzzzzz)

Una maldita mosca se paraba en mi nariz y no me dejaba dormir.

¿Qué estoy haciendo aquí? Me dije cuando desperté con un pincel en la mano y sobre mi colchón estaba derramado todo el bote de pintura blanca. La resaca golpeaba mis sienes y me reprochaba beber cerveza mientras pintaba; aún era de madrugada. Mi reloj marcaba las 3 a m. Fue un gran regocijo  pero a la vez tétrico pensar que mi alma había vagado por algunos instantes fuera de mi cuerpo, como un ente solitario y extraño, aunque después me quedó la duda  En mi pared, un avión de papel había quedado fijado hasta que una nueva capa de pintura hiciera que lo olvidara.

Miré por una de las ventanas y me puse a ver las estrellas. Cuando logras salir de la ciudad y la contaminación lumínica no incide tanto en el ambiente, es posible observar miles de astros en el firmamento, pequeñas gotas de luz.

Cómo hablan las estrellas. Usan sonidos en lugar de palabras. Sonidos cortos y chillantes que aumentan su volumen y se repiten sin cesar, hasta que mueren y caen a la nada.
 
 

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