miércoles, 23 de febrero de 2011

Pinches indios...Pinches Mexicanos Pt 2.

Ha llegado el miércoles y hoy estaremos publicando la segunda parte de Pinches Indios... Pinches Mexicanos, si te perdiste la primera parte puedes encontrarla haciendo click aquí.

En el Tsuru… 

—No mames pinche Guadalupe —dijo una de las chicas, quien busca su disco de Jenny Rivera—, para que le dijistes que te llamabas Jackeline… le voy a decir a tu papá que andas negando tu verdadero nombre… ahh ¿Josefina Guadalupe? 

—Wey… no chingues, cómo le iba a decir que me llamaba así… ¿Te imaginas? Que no vistes el carrazo que traían esos riquillos, ya mero iba yo a decirle mi verdadero nombre, ese nombre de ese indios, mija, ubícate ¿Quieres salir de pobre o no? Ya sabes como son los pinches mexicanos. 

De pronto: 

—Wey, Wey, —dice Guadalupe Josefina—, ve eso, ve eso. 

Señalaba a un grupo de chavos, en bicicleta, que venían frente a ellas, muy despacio con una grabadora pegada, a todo volumen, los corridos de los Tucanes de Tijuana sonaban alegremente y ellos notablemente pasados de copas no pudieron evitar verlas y sentirse excitados. Cuatro hombres, de piel muy morena, dientes sucios y saltados, camiseta blanca y botas picudas. Uno de ellos, con una Virgen de Guadalupe plasmada en su pantalón les pita con una extraña corneta adherida a su “nave”. 

—Pinches Indios, —agregó Josefina a la guapa conductora—, no, no, no, ni te les acerques, han de oler a Pozole, pinches prietos, si traen la playera de las chivas… a huevo, son albañiles o albañiles.
A final de cuentas, la conductora se acerca un poco a los chavos de las bicicletas y con una sonrisa, les pregunta: 

—¿No se suben? 

Sonríen entre ellos inocentemente y algo apenados se acercan al pequeño automóvil.
—Pero a un árbol —grita la conductora entre risas mientras acelera y se pierde en el camino— ¡pinches changos! 

Los chavos aquellos, todos ellos notablemente humildes y efectivamente, albañiles, se miraron un poco desconcertados y entre las risas uno de ellos termina diciendo, “pinches indias”. 

—Bola de putas —agrega otro—, rascándose la entrepierna.
Comienzan a cruzar la calle, y otro de ellos, un poco regordete y con algunas caguamas dentro de sí, se aprieta su entrepierna y agrega: 

—Ellas se pierden de esto… hahaha. 

De pronto escuchan muy cerca de ellos sin saber en qué momento exactamente el frenar de unas llantas sobre el pavimento de manera estruendosa, exagerado realmente, un instante ensordecedor que dura muy poco, pues todos ellos sienten una bola de fuego estrellarse contra ellos, no les da tiempo de voltear o saber qué es lo que pasa, solo se ven unos a otros en el aire, algunos aun sobre sus bicicletas. Unos de ellos cae al pavimento escuchando como cruje su cabeza al estamparse sobre el pavimento, siente escalofríos sobre todo su cuerpo, sólo alcanza a ver a sus otros compañeros en el suelo, con sus cuerpo destrozados, uno de ellos completamente deshecho del cráneo. A lo lejos alcanza ver que una elegante Hummer sigue frenando sin poder detenerse y cuando al fin lo logra, aspira un último aliento y muere. 

—No mames, no mames ¡Wey no mames! —Se baja gritando el conductor de ojos azules de momentos anteriores—, los matamos, los matamos a todos… ¡Me va a matar mi papá! 

—Pinches indios pendejos, —dice una de sus amigas bajándose de la enorme abrochándose el sostén y cuando ve bien la imagen, continúa—: ¡Dios mío! 

—Vámonos, pendejo —gritó uno de sus amigos—, no hay nadie… ahí déjalos… son indios, nadie los va a reclamar. A quién chingados les importan unos pinches ñeros, quién los va a extrañar… ni su pinche madre, wey… vámonos antes de que llegué la puta patrulla o pase alguien… 

—¡Sí, Wey…! —Agregó otra de las muchachas—, qué les ves… vámonos. 

El joven, sin poder despegar la vista de la cabeza deshecha de uno de los indios, corrió hasta la camioneta y sin pensarlo arrancó… la camioneta, ya sin música y sin sexo, se perdió en la camioneta… 

De entre los árboles sale un anciano, indigente, y observando con una mirada irónica se acerca lentamente a los cuerpos… (O lo que quedaba de ellos), sin dejar de sonreír y tararear “México, lindo y querido” comienza a sacar las carteras de los cuatro muertos a media calle junto con sus enormes y excéntricas medallas de la virgen de Guadalupe bañadas en oro. 

—Pinches Indios, pinches mexicanos de mierda —decía el señor mientras se retiraba de la escena del “crimen” con el cantar de las patrullas a lo lejos—, son la puta onda.
 
Memo Pozos.


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